¿En qué podemos ayudarles?

Marta Martínez, técnica de operaciones


oct. 1, 2020

Y en una mañana lluviosa cualquiera, me encuentro absorta en mis pensamientos rutinarios rodeada de cazuelas, bayetas, opciones de menú, agujas e hilo. La cafetera ha terminado, no soy nadie sin mi café recién levantada. Cojo una taza, la primera que veo y me preparo un café con leche, corto de café y con sacarina. Me siento en mi sofá, la televisión suena de fondo. Entre galleta y galleta se intercalan las noticias sobre la tasa del paro, pactos entre partidos, accidentes y temporales. ¡Hay que ver, no dan una noticia buena! - me quejo. Parece que hoy me duelen las rodillas, -ahora me tomo algo- me digo. 

Desde la otra habitación oigo esa voz familiar que me acompaña desde hace ya 50 años de casados y 2 de novios. “Encarnaaa”, dice con voz quejumbrosa. “Vooooy”, contesto con el hastío de a quien interrumpen en su momento innegociable del día. “¿Qué quieeeres?” Le pregunto a medio camino hacia el dormitorio. Me mira con ojos brillantes, tumbado en la cama, el poco pelo rapado se intuye canoso y con gesto asustado. “No me encuentro bien”-esboza a decir. Cuatro palabras, cuatro que me caen como una losa de responsabilidad a la que temía desde hace tiempo. Me siento pequeña, abrumada, nerviosa, agotada… “Tranquilo”, acierto a decir con voz temblorosa.

Voy hacia la puerta en busca de alguien. Recuerdo que ya no conozco a casi nadie. Un total de 12 plantas por 4 puertas y ya casi no sé casi ningún nombre de los que están en el edificio. Tengo suerte de tenerla a ella, la hija de mi vecina de toda la vida, que es como de la familia. Al mismo tiempo, pienso aliviada que recuerdo el sonido de la puerta de al lado cerrándose y el ascensor bajando hace unos minutos. “¡No! ¡Se acaba de ir a trabajar! Y ahora, ¿qué hago yo?”.

El móvil, sí, el móvil. Lo visualizo encima de la mesa, siempre está ahí. Lo cojo, oigo a Ana Rosa y la algarabía de los tertulianos. Lo dejo en la mesa. Encuentro el mando a distancia. ¿Cuál era el maldito botón para que se callen?. Lo encuentro, se hace el silencio. Agarro de nuevo el móvil, busco la tecla 9. “No”- me digo. No están en casa. Lo borro. Busco el 6, lo pulso. ¡No recuerdo ningún número! A ver cómo era, agenda, contactos… acierto a recordar mientras me tiembla la mano. No lo encuentro y me maldigo una y mil veces por no haberle dado más importancia a aprender el aparato este.

Encarna”, vuelvo a oír desde la habitación. No sé cuánto tiempo ha pasado, pienso que quizás estoy tardando mucho, me agobio, me abrumo, creo me ha sentado mal el café, me siento. Una presión en el pecho me invade, me acerco la mano en un vano intento de aliviarlo, y lo noto bajo el camisón. Recuerdo las palabras de la chica tan maja que vino hace unas semanas: “Pulsa cuando lo necesites”, dijo. Lo saco de entre las ropas, es suave, redondito, firme. “Tienes que apretar en el botón rojo” dijo Pedro, sonriente. Me acerco a la cama, le sonrío. PULSO, oigo ruidos, bips, tonos de una era más moderna, un pitido largo. Sonó una voz cálida, a la vez que segura y convencida de lo que hace: “Buenos días Encarna, Pedro. Servicio de Teleasistencia, ¿en qué podemos ayudarles?”.

“¿En qué podemos ayudarles?” Justo lo que necesitaba oír. Ahora sé que no estoy sola en esto. Ahora sé que todo va a salir bien.

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